Cerveza en mano,
¿Sabes ese momento en el que estás sentado en el tren y quieres estirar las piernas, pero no puedes porque hay una persona sentada delante de tí? Entonces, miras hacia debajo y mueves los pies lo justo como para no molestar a la otra persona, pero lo suficiente como para sentirse un poco más cómodo que antes. O ese momento en el que estás en la cama con el amor de tu momento. Ocupa tanto espacio que no puedes ni moverte porque no quieres despertarle. Y solo puedes cerrar los ojos y sonreir porque estás donde quieres estar. Mejor que ayer. Y quién sabe si peor que mañana.
Pienso que esa sensación define bastante lo que es la calma. La paciencia. Me recuerda a cuando vivía en Bajamar. Solía sentarme en la terraza de mi casita, que daba a la playa, mirar al cielo a media noche y ver cada-puta-estrella posible. Y como un guiri recién llegado, respirar y oler esa sal marina tan pero tan profunda... Y así cada finde. Qué es cuando más tiempo tenía, o al menos cuando más me sudaba todo la polla. Echo de menos Tenerife. En general. Disfrutar de una birra con los de siempre. Y con los de no tan siempre. Como que quiero recargar la batería de los recuerdos.
Ahora vivo en Madrid. Una Madrid cosmopólita que me ha reconvertido. Soy un jovenzuelo tinerfeño-venezolano que vive perdido entre millones de personas que van a lo suyo. Caminan a quién sabe dónde. Y quién sabe por qué lo hacen tan rápido que parece imposible reconocer a alguien entre tanto ritmo.
Esta Madrid me ha transformado. En un tío que cada vez cree menos en las banderas. Porque estoy rodeado de casi todas. En un tío sin más en busca del rumbo correcto. En un tío más paciente y tranquilo. Aunque con las mismas dudas y los mismos problemas de siempre. Con esa nostalgia por esas cosas que ya pasaron. O por las que no pasaron de la manera en que me hubiera gustado. Pero mucho más capaz de administrarlo.
Esta Madrid sin descanso es la responsable de que haya conocido a decenas de personas realmente increíbles. De las que aprendo cada vez que vuelvo a ver. Aquí, he salido totalmente de mi zona de comfort. Me siento más libre. Más decidido. Como preparado para lo que venga. Y cada vez más seguro de que he dejado atrás todos esos pequeños males que me rondaban. Todos esos miedos. Toda esa mierda de la que no era capaz de despegarme allá.
Pero ese Tenerife no se me olvida. Porque sé que volveré. Volveré diferente. Un poco más encontrado. Volveré a disfrutar de todas esas pequeñas cosas que nunca me cansaron. Volveré a ver esas estrellas en Bajamar.
Volveré reinventado.
Y aunque ya no sea el mismo, volveré.
Pienso que esa sensación define bastante lo que es la calma. La paciencia. Me recuerda a cuando vivía en Bajamar. Solía sentarme en la terraza de mi casita, que daba a la playa, mirar al cielo a media noche y ver cada-puta-estrella posible. Y como un guiri recién llegado, respirar y oler esa sal marina tan pero tan profunda... Y así cada finde. Qué es cuando más tiempo tenía, o al menos cuando más me sudaba todo la polla. Echo de menos Tenerife. En general. Disfrutar de una birra con los de siempre. Y con los de no tan siempre. Como que quiero recargar la batería de los recuerdos.
Ahora vivo en Madrid. Una Madrid cosmopólita que me ha reconvertido. Soy un jovenzuelo tinerfeño-venezolano que vive perdido entre millones de personas que van a lo suyo. Caminan a quién sabe dónde. Y quién sabe por qué lo hacen tan rápido que parece imposible reconocer a alguien entre tanto ritmo.
Esta Madrid me ha transformado. En un tío que cada vez cree menos en las banderas. Porque estoy rodeado de casi todas. En un tío sin más en busca del rumbo correcto. En un tío más paciente y tranquilo. Aunque con las mismas dudas y los mismos problemas de siempre. Con esa nostalgia por esas cosas que ya pasaron. O por las que no pasaron de la manera en que me hubiera gustado. Pero mucho más capaz de administrarlo.
Esta Madrid sin descanso es la responsable de que haya conocido a decenas de personas realmente increíbles. De las que aprendo cada vez que vuelvo a ver. Aquí, he salido totalmente de mi zona de comfort. Me siento más libre. Más decidido. Como preparado para lo que venga. Y cada vez más seguro de que he dejado atrás todos esos pequeños males que me rondaban. Todos esos miedos. Toda esa mierda de la que no era capaz de despegarme allá.
Pero ese Tenerife no se me olvida. Porque sé que volveré. Volveré diferente. Un poco más encontrado. Volveré a disfrutar de todas esas pequeñas cosas que nunca me cansaron. Volveré a ver esas estrellas en Bajamar.
Volveré reinventado.
Y aunque ya no sea el mismo, volveré.
Hola Johny, he leído ávido tu relato, como siempre con tan buen estilo y ameno. Me llevó al momento a mis épocas en el Madrid de los 70, de los que han pasado algunos años ya. Sentía algo parecido a los que tú has sentido. Al principio me vi desubicado en medio de aquella vorágine de gente dispersa y apresurada pero luego , a pesar de la magua por el terruño, le fui encontrando sentido y me fui encontrando también.Me alegra que vayas poco a poco viéndote más maduro y seguro de lo que vales. Y lo vales.
ResponderEliminarDel relato me gustó todo, menos un par de palabras soeces que no encajan. Más que nada porque las palabras malsonantes son estúpidas, vacías y pobres. Le restan riqueza al resto, valga la redundancia, y brillo a la riqueza del lenguaje empleado, bajan al terreno simple, A lo mejor es que soy carca.
Sigue inventando y observando las mil y una historias de tu diario deambular en medio de la multiculturalidad madrileña. Las ocasiones para crear las tienes a diario en el metro, en los buses, en los desenfrenados pasos de peatones y en todo tu entorno. Tan sólo tienes que mantenerte alerta a la buena historia, y lo sabes hacer. Vaya que sí.
Sabes? Se está organizando el 25 Aniversario de la creación de Los Naranjeros, creo que para abril. A lo mejor estás por aquí. Entra en la página de Tregolam en donde podrás enterarte de de concursos de relatos, micro relatos, poesía, guiones etc..que se celebran.Un fuerte abrazo y ....hasta el próximo cuento.El profe Miguel