Primermundo
La rutina humana "primermundista" está bien definida. 8 horas de trabajo, 8 horas de sueño, 2 horas (como mucho) para comer, y lo que queda se traduce en horas frente a una pantalla o, con suerte, frente a un buen libro. Y digo bien definida porque está definida a la perfección, y no porque sea ni mucho menos óptima. La máquina social que predica cómo debemos deambular por el mundo ha decidido que debemos dedicar más de la mitad del tiempo que pasamos despiertos en un trabajo que, en muchos casos, podría ni siquiera ser el que imaginábamos o deseábamos tener, ilusos, en una juventud cada vez más manipulada y, obviamente, manipulable.
Todo está medido y contado al milímetro para que no dé tiempo ni a pensar en dónde nos hemos metido. Hasta que de repente nace un iluminado y se da cuenta de que los buenos no triunfan. Y se une. Para que unos pocos sean felices otros muchos deben tirar de la cuerda hasta morir agotados, y que venga el siguiente, que esto no puede parar ni un solo segundo.
Tiempo. Es la clave de todo. Porque todo radica en cómo lo invertimos. Y en darnos cuenta de que es en torno a eso a lo que debería girar nuestra vida. Parar un momento a pensar si realmente es esa la forma en que queremos gastarlo. Porque el tiempo se acaba. Sí. Nada nuevo, ¿no? Pues parece que sí lo es para muchos. Por ello me permito el lujo de volver a repetirlo una vez más. A ver si alguno se da por aludido y abre los putos ojos, que están para algo más que para mirar.
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